domingo, 10 de octubre de 2010

Mi mamá me mima

La mayoría de las personas de mi generación comenzamos a leer y a escribir, con las llamadas “cartillas”; Amiguitos y Rubio fueron durante años, parte de nuestro día a día, pues cualquier niño “de parvulitos” tenía que saber leer las frases de corrido, y escribirlas (más o menos lo que se exige ahora en la ESO).
Expresiones como “Mi mamá me mima”, o “yo amo a mi mamá” eran habituales en todas las casas con niños por aquel entonces.
Luego más tarde llego “Cuenta Gotas”; el libro de historias que a muchos nos abrió las puertas de un mundo diferente.
Hace tanto tiempo que apenas recuerdo un par de autores de la selección de las lecturas, Federico García Lorca y José de Espronceda entre otros, pero recuerdo claramente los contenidos:
_La leyenda de una paloma moribunda, que bautiza a una flor espinosa y degradada del jardín con el nombre de “rosa”.
_La historia de un pueblo que necesitaba una campana para la torre de su iglesia, y funden entre todos el material que pueden conseguir, y el protagonista en un arranque de generosidad extrema, se arranca la medalla del cuello y la arroja al material caliente.
_ El poema del lagarto y la lagarta, que lloraban ante la pérdida de su anillo de desposados.
_ La canción del Pirata.
Ahora, pasados los años, me doy cuenta del transfondo social y político que tenían esos relatos, todos ellos claramente dentro de esa educación “nacional-católica” que muchos tuvimos en nuestra infancia. Pero para mí aquel libro de lecturas fue un gran aliado en las tardes frías de aquella época, al lado del hogar, merendando pan con chocolate, con mi hermana gateando a mis pies y mi madre haciendo labores mi voz coreaba … “Una tarde parda y fría de invierno…”.
Al poco tiempo, un mundo nuevo de aventuras se abrió ante mis ojos. Mi padre solía leer novelas de Marcial Lafuente Estefanía, esas novelas que a mi no me dejaban leer por motivos que aún ignoro. Fueron mis amigas durante las tediosas siestas que nos obligaban a tomar después de comer. Yo procuraba esconder alguna de aquellas novelas debajo de la almohada, y haciéndome siempre la dormida me deleitaba todas las tardes con aventuras de rubios y altos cowboys, rebeldes herederas de ranchos inmensos, jueces corruptos y sheriff deshonestos que se tomaban la justicia por su mano.
Recuerdo con especial nostalgia, cuando mi padre se desplazaba hasta Toledo a cambiar las novelas, por un módico precio, y siempre me obsequiaba con algún cuento que fueron llenando de energía como un cuenta gotas inagotable, mi mente y mi imaginación.

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