sábado, 13 de julio de 2013

El Secreto...tercera parte del capítulo IV

Frederick, antes de desaparecer entre los oscuros árboles, levantó la mano en señal de despedida y sonrió malicioso al gritarle a Pedro:
_ ¡Has de comprar una nueva escalera, cualquier aventura galante puede terminar en tragedia, si el galán tiene que escapar por ella! Está ya muy vieja.

* * * * *

    Apostaron los caballos tras un pequeño monte coronado de abetos y descabalgaron, sentándose entre el enmarañado follaje.
    Los minutos se sucedían con agobiante lentitud y el sol, que iluminaba aquel solitario paraje, empezaba a perder fuerza al ir declinando la tarde.
_ Lo que es de disfraces marcho bien esta temporada cuando vuelva a mis correrías carnavalescas en Viena, voto por las barbas de Lucifer que bien entrenado voy a estar en el fingimiento y el disimulo.
_ Dichoso tú que piensas volver a Viena. Yo…
    Los oscuros ojos de Oswaldo se clavaron en el joven con simpática burla.
_ Claro, pobre, Frederick; tu espada no está práctica en la esgrima, y es casi comprensible que sientas miedo.
    Los dos rieron y ambos pensaron en lo mismo: en las muchas veces que sus espadas habían salido triunfantes en el campo de honor.
   El alegre y lejano tintineo de cascabeles les hizo enderezarse y ponerse en guardia.
    Los dos simultáneamente empuñaron la espada.
   El cascabeleo se sentía cada vez más cerca. Montaron sus caballos y se dispusieron a atacar.
_ Oye, ¿Y si no fueran ellos?
_ Enseguida lo sabremos.
Oswaldo trepó monte arriba, protegiéndose entre los gruesos árboles y mirando a lo lejos. Luego, sonriendo, se reunió con su primo.
_ Menudo susto habríamos dado a esa pobre gente, si les atacamos.
_ ¿Quienes son?
Efectivamente, sólo unos segundos después una antigua y renqueante diligencia, atestada de viajeros dejaba atrás el escondite de los jóvenes, perdiéndose a lo lejos.
    No volvieron a descabalgar. La hora de la lucha no podía estar lejana y ellos empezaban a sentir los nervios en tensión.
_ Oye, primo. ¿Qué fue de aquella condesa italiana que te trajo mareado la última temporada?
_ ¿Te refieres a Isabella?
_ Si, es una verdadera belleza y te confieso que llegué a sentir miedo por tu soltería; sus ojos negros…
_ Por mi soltería no pases cuidado, Frederick; bastante tienes con preocuparte de la tuya.
_ Mi caso es diferente. Linette sabe que un día tendrá que decir adiós, aunque eso tarde aún mucho tiempo. Oye, ¿Qué tal es la hijastra del granuja que aguardamos?
_ ¡Pchs! Discreta. Tiene unos ojos muy bellos…
_ ¿Negros?
Frederick hizo la pregunta como si temiera una respuesta afirmativa.
    Oswaldo río contenidamente.
_ No, todo lo contrario, son verdes, aunque reconozco que son preciosos. Lo más atractivo en ella es un mohín indolente y altivo que hace cuando se burla…cuando se burla de mí.
_ ¡Cómo me gustaría verte en tu papel!
_ Un papel que, si hoy tenemos suerte, no interpretaré jamás.
_ ¿No sentirás el no poder volver a ver a esa dama?
_ No, no sentiré dejar de verla; pero no pienso irme de Toledo sin aplastar con mis labios ese mohín, que dio vida a Luis Martín González.
_ ¿No crees que besar a esa criatura pueda ser perjudicial a tu gastado corazón?
Los dos, rieron burlonamente.
_ El corazón de Luis Martín, no acelera sus latidos, por fuertes que sean las emociones a que se le sometan. Lo que no soportaría mi corazón es salir de España deseando haber besado a esa muchacha, ya que siempre me acompañaría el resquemor de un capricho no realizado. Además, juré besarla y siempre cumplo mis juramentos.
_ Siempre que no se trate de amor, ¿Verdad?
_ Nunca juro amor, Frederick.
_ ¡No lo comprendo!
_ ¿No? Pues es bien fácil.
_ ¿Quieres entonces decirme el secreto?
_ No hay tal secreto. Nunca les digo que las amo; son mis ojos los encargados de jurarlo, y créeme, además de no ser nada comprometido, es un juramento muy eficaz. Puedes hacer la prueba y verás su eficacia.
_ Lo haré primo, lo haré…
 Sus alegres carcajadas fueron cortadas en seco por un cercano cascabeleo.
Oswaldo repitió la operación anterior y vio avanzar rápidamente hacia allí un tronco de caballos que tiraban de una lujosa carroza.
Descendió a toda prisa y, por sus gestos, Frederick comprendió, que los que llegaban eran los que esperaban.
_ ¡Dichosas mujeres! Rememorando sus encantos, perdimos la noción del tiempo. ¡Por poco pasan ésos de largo, dejándonos con un palmo de narices!
    El trote de los caballos se percibía claramente y pronto alcanzarían el pequeño monte.
_ Primo, llegó la hora.
_ Entonces que el Cristo de las Batallas nos proteja; era el que siempre invocaba D. Juan de Austria…
Salieron a la solitaria carretera y se apostaron uno a cada orilla.
    El coche, a todo galope, llegó hasta ellos. Entonces, los dos a una gritaron:
_ ¡Alto en nombre del Rey!
No se detuvieron, y los caballos, azuzados por el experto cochero, galoparon más deprisa todavía.
Volvieron a gritar la orden y los resultados fueron los mismos.
    Oswaldo y Frederick desenvainaron entonces las espadas, y se acercaron peligrosamente a la carroza. Los dos a la vez las levantaron en alto y el sol del ocaso , puso en ellas reflejos siniestros al refulgir en sus brillantes aceros…
    Pegaron sus monturas a las de la carroza y, de un certero golpe, cortaron las riendas.
    El cochero cayó de espaldas sobre el carruaje  y los caballos se detuvieron unos metros más allá.
    Con la más audaz decisión, se enfrentaron a los dos hombres que, puestos en pie en los estribos, les miraban, echando fuego por los ojos.
    La voz del conde Hernán, temblaba de cólera al gritarles:
_ ¡Esto es un asalto en toda regla!
_ Vosotros lo habéis querido. Os hemos mandado detener en nombre del Rey.
_ ¿Y desde cuando las tropas del Rey visten de esa forma?
_ Una salida muy original. Vosotros no obedecisteis la orden porque no habéis querido, que no tuvisteis tiempo de ver cómo íbamos vestidos.
_ No tenemos tiempo de discutir. ¿Qué queréis?
_ Registrar el coche.
_ ¿Registrar el coche? ¿Puede saberse por qué?
_ Basta con saber que es una orden y una orden que pensamos cumplir.
_ ¡Insolente! ¿Sabéis, acaso, con quién estáis tratando?
_ Sí. Con unos ciudadanos que desoyeron una orden del Rey.
_ No somos unos simples ciudadanos, somos los caballeros…
Un insignificante gesto del marqués de Tornellá cortó los nombres que Hernán de Aranda iba a pronunciar.
Alberto de Mendiazabal sonrió a los atacantes y les dijo, mordaz;
_ Pueden los señores espadachines registrar nuestro vehículo; pero de una cosa voy a advertirles.
_ Venga, pronto.
_ Pueden registrar, ya que pudiera ser que el Rey tuviera poderosas razones para vestir así a sus emisarios. Y la advertencia es ésta: No intentéis llevaros nada, pues vuestros intentos serían cortados de la misma forma que habéis hecho con las bridas de nuestros caballos.
    Con porte altivo descendieron del vehículo, mientras el cochero reparaba el corte que los atacantes hicieran.
    Las penetrantes miradas de los jóvenes escudriñaron sin encontrar nada de lo que esperaban hallar. Iban a darse por vencidos, cuando un gesto de triunfal alegría, que el rostro de Alberto reflejara, les hizo no desistir en su empeño.
    _ Mira. Frederick, estos asientos tienen doble fondo.
Se inclinaron uno a cada lado con intención de levantar el falso asiento, cuando los de fuera gritaron enfurecidos:
_ ¿Qué es lo que hacéis, voto al diablo?
_Registrar solamente registrar.
_ Os advierto que estamos perdiendo la paciencia.
Oswaldo sonrió fríamente al decir:
_ Aun es pronto caballeros.
Pisó con fuerza en lo que suponía un escondrijo de armas y las tablas saltaron, dejando al descubierto lo que tan afanosamente buscaran.
Al mismo tiempo, Hernán y Alberto, rugiendo de rabia, desenvainaron la espada y acometieron; pero las otras espadas respondieron prestamente al inesperado ataque.
    Pararon la embestida y se lanzaron fuera del coche, buscando defensa.
    Pronto se entabló la lucha. Las espadas se juntaban en siniestro entrechocar y el brillo del acero heló la sangre en las venas del cochero.
    Oswaldo y Frederick se defendían del enfurecido ataque sin gastar fuerzas, fieles a la norma de lucha que les caracterizaba y, tanto el conde como el marqués atacaban de firme, en la creencia de la superioridad de sus espadas.
    _ ¡Bandidos! Eso es lo que sois, unos malditos bandidos_ jadeó el conde.
Frederick no contestó, atento sólo a parar la acometida.
La espada de Alberto buscaba el pecho de Oswaldo, queriendo acortar la lucha; pero se dio cuenta que su contrincante, bandido, espadachín a sueldo o efectivamente soldado del Rey, era un temible enemigo.
    Rabioso al darse cuenta de ello, atacó con más furia, pero todos sus golpes eran detenidos, sin que se borrara la risa irónica en los labios del hombre al que empezaba a odiar.
_ ¿También usted cree que somos bandidos?
_ ¿Qué otra cosa, si no?
_ Poca imaginación tiene el caballero…
La sonrisa que Oswaldo empleara le enfureció más que las palabras.
_ La espada de este caballero va a fundirse en tu corazón, perro…
No terminó la frase…un alarido de dolor se escapó de sus labios.
_ Esa herida que le hice en el hombro, pude hacérsela en el brazo o en el propio corazón; pero me divierte luchar. Si acabara pronto con usted tendría que estar mirando como mi compañero ponía fuera de combate al otro caballero y eso no me divierte.
_ ¡Maldito!
Tampoco pudo terminar; otro rasguño laceró su carne.
_ No me gustan los insultos, caballerete. Por cada uno que me prodiguéis, mi espada dejará en vuestra carne una señal de mi disconformidad.
Alberto fue a replicar, pero se contuvo y atacó con todo el furor que le poseía. El entrechocar de las espadas se hizo más rápido y siniestro y la lucha más espectacular y encarnizada.
   El acero rasgaba el aire con siniestro silbido.
_ ¿Os cansáis, caballero? _ Oswaldo sonrió con cínica desenvoltura ante el jadeo del otro.
_ Nunca creí que se podía matar a una persona con el placer con que yo pienso mataros a vos.
_ Me gusta dialogar mientras lucho. ¿Queréis que os diga cómo terminará esto?
_ ¿Es que sabéis ya que os mandaré al infierno?
_ Temo que adivino el porvenir mejor que vos_ lanzó una rápida mirada a Frederick y después dijo, acentuando la sonrisa que enfureció al otro; _ Mi compañero juega con el vuestro, del mismo modo que yo voy a jugar con vos.
    Gotas de sudor perlaban la frente de Alberto y su rostro empezaba a congestionarse.
_ Os mataré antes.
_ ¿Y qué pensáis decir al Rey de nuestra muerte?_ Se burlaba.
_ La muerte de un bandido no interesa al Rey.
_ ¿Y las armas que conducís camufladas, creéis que le interesarán?
_ Eso es asunto nuestro.
    Los avances  y los retrocesos dejaban huellas en el polvo de la carretera. En uno de ellos, Alberto tropezó con el coche y su fornida espalda quedó allí clavada, creyendo llegada su última hora.
_ No debierais dejar a vuestros ojos que reflejaran el espanto. ¡No están de acuerdo con la fanfarronada valentía de que hacéis gala!
    El furor le dio nuevas energías y arremetió con rabia al burlón contrincante, aun sabiendo con certeza que podía matarle si quisiera.
    Ahora fue este el que pegó con su cuerpo en la portezuela, sintiendo el vacío a sus espaldas.
    Sentado, luchó en breve espacio de tiempo. Se defendía con brava comicidad que pudo costarle cara.
    Alberto, exasperado por el gesto, lanzó una certera estocada buscando el corazón del adversario pero el joven  la desvió con destreza y ésta fue a hundirse en el brazo.
    Se puso en pie rápidamente y, con la misma rapidez, salió por la otra puerta, mientras en sus negros ojos brillaba una decisión.
    La sangre corría por su brazo manchando de rojo el raso de la camisa y cayendo a lo largo de sus dedos. En la lucha arrastró al marqués hasta donde luchaban su primo y el conde.
   Frederick reía, socarrón las bravuras del hombre, que le admiraba a su pesar.
_ ¿Estás herido?..._ fue a llamarle por el nombre pero se contuvo, sabiendo que sería una gran imprudencia.
_ Si, es necesario acabar pronto.
_ ¿Grave?
_ No, pero pierdo sangre.
También en el traje del marqués, de negro terciopelo, se veían manchas de sangre y su demacrado rostro denotaba honda fatiga.
_ en guardia, pues. La lucha toca a su fin.
_ Vuestro amigo es tan engreído y jactancioso como vos.
_ Sabe lo que dice y vais a verlo.
    De una certera estocada, Frederick dejó fuera de combate al conde, al herirle en el brazo derecho y hacerle soltar la espada, que él recogió presto.
    A Oswaldo le costó más tiempo hacer la misma operación. Sus fuerzas se iban debilitando, ya que su herida era profunda, pero, al fin, un suspiro de alivio salió de su seca garganta cuando vio el gesto de dolor que hacía el marqués apretando el brazo y soltando la empuñadura de la espada.
    Frederick se hizo cargo de las armas. Tres de ellas tenían el brillo rojizo de las sangre en su afilada punta…
    Hernán y Alberto, derrotados, vieron cómo los dos jóvenes se apoderaban de las armas, y se alejaron de allí poniendo los caballos al galope.
    El sol se había ocultado por completo, dejando paso a una noche serena y apacible.


6 comentarios:

  1. Jota!! Esto es tuyo?? No sabia que escribias, nena!!! Me encanta, aunque me gustaria empezar desde el principio, tu gramatica y tu narrativa es excelente!!! Me has dejado muy sorprendida!! :)

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  2. Menos mal que la intriga por saber cómo iban a salir de ésta, me ha durado poquito. A ver ahora cómo se cura ese brazo. Y a ver cuándo da ese beso jurado...
    Besotes!!!

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  3. Me ha pasado como a Margari, me ha sabido a poco... Me parece fenomenal tu forma de narrar un enfrentamiento como este, qué angustia. Sospecho de que se viene un tremendo lío.

    Besos.

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  4. Hoy no puedo dedicarte mi tiempo a sentarme y deleitarme con tu novela, parezco el gato de 'Alicia en el país de las maravillas', llegando el verano...
    pero prometo volver, no me queda otra
    todo lo mejor para ti
    besos para esta semana

    ^^

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  5. Ha sido demasiado corto, pero lo bueno, no nos dejás con la intriga.
    Besos

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  6. Hola amiga, como no he tenido tiempo en estas últimas semanas y mañana ya vuelven al cole las niñas después de sus vacaciones de invierno, prefiero volver con la tranquilidad que la historia se merece.
    Buena semana.
    Besos

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Un verdadero amigo es alguien capaz de tocar tu corazón desde el otro lado del mundo.